10/5/17

Microrrelato.


Lo único diferente que noto ahora, con respecto a hace dos segundos, es un ruido sordo, como el de un televisor sin volumen.
Me pregunto cómo he podido despertar sin haber tenido los ojos cerrados, o mejor dicho, cómo he podido dormir con los ojos abiertos.
Mi visión es borrosa. Sólo veo dos puntos muy cerca de mí que hacen que el fondo se difumine, no pudiendo diferenciar dónde estoy o quién hay cerca de mí. Mis ojos se acostumbran a la imagen borrosa y descubro que esos puntos son dos agujas. Cada una de ellas a escasos milímetros de mi retina. Intento no moverme y mucho menos levantarme para evitar clavármelas, hasta que descubra de qué se trata todo esto.
Pienso en deslizarme hacia un lado, pero las agujas se encuentran con mi tabique nasal que no les deja paso y sólo consigo arañarlo. Noto como la sangre comienza a escurrirse por mi nariz y pronto descubro en mi garganta mi propio sabor. Tampoco puedo deslizarme hacia arriba o hacia abajo porque mi cavidad orbitaria es tan pronunciada que también prohibe que me libere del punzante objeto.
De repente, un ruido, una punción, dolor y oscuridad. 

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