6/1/18

"Operación Caja de Navidad"

Marcelino y Germán esperaban sentados en la cafetería a Bernardo, mientras se tomaban tranquilos su desayuno.
No hizo falta esperar mucho a que su amigo apareciera por la puerta con una sonrisa de oreja a oreja, pese a que el mal tiempo acechaba la ciudad. La nieve no había desaparecido del paisaje en todas las navidades y el frío mantenía aquel espíritu de paz y amor que había reinado durante aquellas fiestas en todos los habitantes.
—¡Hombre! —exclamó Marcelino—. El que nos cita aquí es el que llega más tarde.
—Y eso que tiene el trabajo aquí al lado —bromeó Germán.
Bernardo ocupó su silla y mientras se quitaba la chaqueta y la bufanda dijo:
—Perdonadme, pero el jefe quería los informes anuales. Supongo que los querrá la víspera de Reyes para ver si recibirá una buena comisión como regalo.
El camarero se acercó a la mesa y preguntó:
—¿Lo mismo de siempre don Bernardo?
—Sí —respondió mirándole a los ojos—. Gracias Joaquín.
El chico, aunque un poco con la piel envejecida, dejaba ver a través de sus ojos que el tiempo no había jugado bien a su favor, siendo más joven de lo que aparentaba. Era amable con sus clientes y siempre servía con amabilidad a pesar de su poca experiencia.
—Pues bien —comenzó Bernardo su discurso sin andarse con rodeos—, yo también necesito vuestros informes de cómo ha ido vuestra “Operación Caja de Navidad”.
Los tres amigos habían ideado un proyecto antes de que todo se llenara de luces, abetos y guirnaldas, esperando poder encontrar el espíritu de aquellas fiestas que parecían haber perdido años atrás. Cada uno debía llenar una caja con lo que creyera oportuno y regalársela a la primera persona que encontraran pidiendo limosna en la calle. Aunque parecía tarea fácil, no lo era del todo. 
—Yo puse en mi caja —explicaba Marcelino— una manta, una buena botella de vino, un mechero y una cajetilla de tabaco. Una bufanda, calcetines, guantes… —se quedó unos segundos pensativo y continuó enumerando sus regalos—… bombones de chocolate, un neceser con todo lo necesario para una buena higiene y una pequeña radio, con sus pilas de repuesto, para hacer más amenas las frías noches.
—¡Guau! —dijo Germán admirando a su amigo—. Te lo has currado.
—Gracias —susurró tímidamente.
—¿Y cómo te hizo sentir la experiencia? —le preguntó Bernardo.
—Fue algo mágico porque tuve que ponerme en el papel de la otra persona para saber específicamente qué necesitaría yo si estuviera en esa situación, y eso me hizo reflexionar en lo agradecido que debo de estar a la vida por tener todo los que tengo.
—¿Y a ti cómo te fue Germán? —le preguntó Bernardo.
Germán estaba un poco avergonzado porque quizás él no se había esforzado tanto como Marcelino y comenzó a contar su historia tratando de disculparse.
—Yo no he tenido mucho tiempo. Ya sabéis, el trabajo, los niños, las compras de navidad, mi mujer con los preparativos de la cena de nochebuena y la fiesta de fin de año…etc, pero conseguí entregar mi caja a una mujer que lleva años en el mismo lugar pidiendo.
—Bueno, en eso consistía el proyecto, ¿no? —dijo Bernardo—. Ahora cuéntanos que pusiste dentro.
—Por eso mismo, por la falta de tiempo, sólo puse dos sobres con 50€ cada uno. En uno escribí “Para comida” y en el otro “Para algo de abrigo”. Puse también una caja de mazapanes, polvorones y alfajores y algunas chucherías más para rellenarla un poco porque se veía muy vacía. Como veis —dijo justificándose—, he pasado un poco el límite de los 100€ que dijimos, pero todo sea por una buena causa.
—¿Y cómo te sientes? —le preguntó Marcelino.
—Me siento bien, aunque creo que podría haberlo hecho mejor si hubiera tenido un poco más de tiempo.
—Y tú, ¿cómo lo has hecho? —preguntó Marcelino fijando su mirada en su amigo Bernardo.
—Yo sólo puse una llave en la caja.
—¿Cómo que sólo una llave? —dijo extrañado Germán.
—Sí, sólo necesitaba entregar una llave —se explicó—, la llave de mi casa. 
—¡¿Cómo?! —exclamaron sus amigos a la vez.
—Cuando salí de casa con mi caja, al primero que vi fue a un joven que pedía para comer en la puerta del supermercado del barrio. Le entregué la caja y me miró extrañado porque no sabía a qué venía todo aquello —siguió su discurso—. Le expliqué nuestro proyecto y él me explicó su situación y que no tenía a nadie a quién recurrir. Le dije que aquella llave era la de mi propia casa y que me gustaría que pasara las fiestas con nosotros como si fuera uno más de la familia.
—¿Y has metido a un desconocido en tu casa? —preguntó uno.
—¿No te ha dado miedo? —preguntó el otro.
—Creo que nunca había sentido tan fuerte el verdadero sentido de la navidad y nunca olvidaré esos ojos llorosos agradeciendo lo que estaba haciendo por él.
—¿Y has revisado todo? —preguntó Marcelino—. Quizás te ha robado algo que no te has dado ni cuenta.
—Seguro que no —manifestó— y si así lo ha hecho, sé dónde encontrarlo. 
—Seguramente no lo vas a ver nunca más en la vida —se aventuró Marcelino a decir.
—Bueno —dijo Bernardo levantándose y poniéndose el abrigo nuevamente— veo que no habéis entendido bien nuestro proyecto y veo que para vosotros la navidad es algo más material que de amor. Recapacitadlo bien esta noche y mañana nos volvemos a ver.
Se despidió de sus amigos y dejó 5€ para pagar su desayuno. Luego desde la puerta de salida miró al camarero y le dijo en voz alta para que sus amigos le oyeran:
—Joaquín, ¿te esperamos en casa para cenar?
—Sí, don Bernardo. Intentaré salir a tiempo para que no tengan que esperarme mucho.
Marcelino y Germán entendieron que no hace falta llenar una buena caja de regalo con cantidades o algo de mucho precio, sino de amor por la persona que va a recibirla.
#CuentosDeNavidad

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