11/4/20

SERES DE COLORES

El dolor en el pecho se incrementaba por segundos y sus pulmones parecían volverse cada vez más pequeños, incapaces de contener todo el aire que intentaban beberse en cada bocanada.
Se levantó del sofá, tirando sin querer el mando a distancia del televisor al suelo y llevándose las manos al pecho, corrió hacia su habitación.
Apretó el botón rojo de pánico del dispositivo que descansaba en la mesita de noche, junto a su cama de madera maciza estilo colonial con sábanas de seda, antes de conquistar una última exhalación.
Fundido en negro.
Sus ojos parpadeaban e intentaba abrirlos al máximo pero la luz exterior le cegaba. Únicamente podía discernir a un ser en rojo con una aureola que le rodeaba toda la figura y aunque podría tratarse del mismísimo diablo, le tomaba su huesuda mano y le daba paz. Cerró nuevamente los ojos y se dejó llevar donde Morfeo quisiera llevarla.
Fundido en negro.
Un ruido la volvió al punto de partida de su viaje y sus párpados se entreabrieron, dejando pasar una pequeña línea de visión. El ser rojo había desaparecido y se había transformado en azul, pero no un azul cualquiera, no, uno oscuro, que pese a su dureza le trasmitía serenidad. El ser azul entonaba notas que le parecieron angelicales y abandonada por aquel sentimiento de calma, su paisaje se desvaneció en claroscuros y se dejó derrotar por la inconsciencia.
Fundido en negro.
Su cuerpo se movía pero ella no estaba dando ninguna orden a su cerebro para hacerlo. No, no era voluntario, algo o alguien la estaban moviendo. Ahora sí que ordenó a uno de sus ojos que se abriera y nuevamente un ser, esta vez de amarillo, estaba junto a ella. “¿Por qué mi ángel de la guarda cambia de color?”, se preguntó insegura. “Quizás no es mi ángel y son mis demonios que me atormentan en colores, para que piense en cualquier daño que haya creado antes de morirme. No, no me voy a morir, aún no. Mi momento no ha llegado”. No hubo terminado de decirse aquella frase, cuando lanzó una sonrisa al aire y todo desapareció tras un ruido, como si de un portazo se tratara, que le llevó a un desvanecimiento progresivo hasta dejarla nocaut por completo.
Fundido en negro.
Alguien la llamaba por su nombre a lo lejos. Abrió sus inmensos ojos azules cansados por los años y descubrió que le llamaba un ser blanco y con una voz que era bálsamo  para su dolor. “La vida me ha derrotado y ya he muerto”, pensó. “¿Es Dios quien me llama?” El ser blanco se apartó y pudo ver a su familia, quienes con ojos llorosos la miraban atentamente esperando cualquier reacción de sus músculos.
–¿Qué me ha pasado?–logró balbucear.
El ser blanco, desde la distancia y casi susurrando, le dijo:
–Sólo ha sido un pequeño susto respiratorio, pero tranquila Aurora, está todo controlado.
–¿Cómo?–casi suspiró.
–Mamá –dijo una chica joven y guapa acercándose a su cara para besarla–. Algo te pasó para que le dieras al botón rojo y enseguida tenías a los bomberos en casa que forzaron la puerta para poder entrar. Uno de ellos estuvo todo el tiempo a tu lado, cogiéndote la mano, hasta que un policía le relevó y te estuvo cantando para mantenerte consciente. Luego el chico del SAMUR nos dijo que antes de meterte en la ambulancia, le sonreíste. Tú siempre tan coqueta.
Lanzó una sonrisa tímida y al mirar a su hija a los ojos, dejó que las lágrimas resbalaran por sus mejillas.
–Ahora el doctor Muñiz nos ha dicho que estás bien y él ha hecho lo imposible para que sigas aquí junto a nosotros.
–Ya no hay peligro, Aurora –aseguró el doctor.
“¡Ese hombre me llama con la misma voz que mi ser blanco!”, caviló la paciente resolviendo sus sospechas.
Aurora forzó su brazo, que temblando agarró la cabeza de su hija. La apretó junto a ella y acercándola, le susurró al oído:
–Hay ángeles entre nosotros.
#NUESTROSHÉROES

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